DISCURSO PROFÉTICO DE FRAY SERVANDO TERESA DE MIER
Señor: Antes de comenzar digo: voy a impugnar
el artículo 5o. o de república federada en el sentido del 6o. que la propone
compuesta de estados soberanos e independientes. Y así es indispensable que me
roce con éste; lo que advierto para que no se me llame al orden... Cuando se
trata de discutir los asuntos más importantes de la patria, sujetarse
nimiamente a ritualidades sería dejar el fin por los medios. Nadie, creo, podrá
dudar de mi patriotismo... Otros podrán alegar servicios a la patria iguales a
los míos; pero mayores ninguno, a lo menos en su género... Puedo errar en mis
opiniones, éste es el patrimonio del hombre; pero se me haría suma injusticia
en sospechar de la pureza y rectitud de mis intenciones. ¿Y se podrá dudar de
mi republicanismo?.
Permítaseme notar aquí, que aunque algunas
provincias se han vanagloriado de habernos obligado a dar este paso y publicar
la convocatoria, están engañadas. Apenas derribado el tirano se reinstaló el
congreso, cuando yo convoqué a mi casa a una numerosa reunión de diputados, y
les propuse que declarando la forma de gobierno republicano... y dejado en
torno del gobierno para que lo dirigiese, un senado provisional de la flor de
los liberales, los demás nos retirásemos convocando un nuevo congreso... Pero
las circunstancias de entonces eran tan críticas para el gobierno, que algunos
de sus miembros temblaron de verse privados un momento de las luces, el apoyo y
prestigio de la representación nacional. Por este motivo fue como resolvimos
trabajar inmediatamente un proyecto de bases constitucionales, el cual diese
testimonio a la nación, que si hasta entonces nos habíamos resistido a dar una
constitución, aunque Iturbide nos la exigía, fue por no consolidar su trono...
Una comisión de mis amigos nombrada por mí, que después ratificó el congreso,
trabajó en mi casa dentro de dieciocho días el proyecto de bases que no llegó a
discutirse porque las provincias comenzaron a gritar que carecíamos de
facultades para constituir a la nación. Dígase lo que se quiera, en aquel proyecto
hay mucha sabiduría y sensatez, y ojalá que la nación no lo eche de menos algún
día.
"Se nos ha censurado de que proponíamos un
gobierno federal en el nombre, y central en la realidad". Por lo que
alcanza a comprenderse, la crítica del maestro Tena Ramírez -en el sentido de
que el proyecto de Valle, con el pretexto de matizarlo, falseaba el
federalismo-, existió también entre algunos miembros de nuestros primeros
congresos. Desde luego, se falseaba la teoría federal, que parte de la
preexistencia de estados que se unen para formar una federación. Pero lo mismo
harían el Acta Constitutiva y la Primera Constitución federal. Lo realmente
importante para los constituyentes y para los hombres de las provincias no era
la teoría federal, sino la práctica que pretendía imponer el proyecto.
Considérese, por ejemplo, lo que establece la base cuarta como facultad del
cuerpo ejecutivo federal: "proveer los empleos políticos y de hacienda de
cada provincia, á propuesta de los congresos provinciales, y los militares por
sí mismo sin consulta ó propuesta".7 ¿Podrían las figurillas locales estar
de acuerdo con un federalismo en donde los empleos públicos, tributarios y
militares quedaran a la decisión del centro? La respuesta es obvia: no
estábamos para federalismos razonables. Había que imitar a las provincias
norteamericanas que se habían federado precisamente para resolver el problema
fiscal y militar en que se encontraba hundida la antigua "Confederación y
Unión perpetua"
Cuál sea la que nosotros convenga hoc opus, hic labor est. Sobre
este objeto va a girar mi discurso. La antigua comisión opinaba, y yo creo
todavía, que la federación a los
principios debe ser muy compacta, por ser así más análoga a nuestra educación y
costumbres y más oportuna para la guerra que nos amaga, hasta que pasadas estas
circunstancias en que necesitamos mucha unión, y progresando en la carrera de
la libertad, podamos, sin peligro, ir soltando las andaderas de nuestra
infancia política hasta llegar al colmo de la perfección social, que tanto nos
ha arrebatado la atención en los Estados Unidos... no se ha ponderado bastante
la inmensa distancia que media entre ellos y nosotros.
Si en todos nuestros pasos nos hemos propuesto
por modelo la república feliz de los Estados Unidos del Norte, imitémoslos en la prudencia, con que se ha
conducido en posición muy parecida a la nuestra; pero es necesario entender que
nosotros necesitamos de mayor esfuerzo para conseguir el mismo objeto: nuestros
hábitos, la corrupción que nos dejaron por herencia nuestros anteriores
gobiernos, la naturaleza de nuestra organización política, de nuestra
legislación, y la gran masa de hombres que hoy no encuentran la precisa subsistencia,
por causas que están a la vista de todos, constituyen otras tantas diferencias
esenciales, que hacen más peligrosa nuestra situación.
La prudencia -virtud definida como "recta
razón en el obrar"- como el arte, no reside simplemente en el entendimiento,
sino también en la voluntad, toda vez que lleva consigo "la aplicación a la obra". Es verdad que
requiere "la elección de la voluntad", pero antes se da "el
consejo del entendimiento", especialmente del entendimiento práctico; por
ello, el prudente necesita no sólo conocer los principios universales de la
razón, sino también los particulares "en los cuales se da la acción".
Su materia son precisamente "los singulares contingentes sobre los cuales se ejercen las
operaciones humanas". Si bien ella, como la justicia, "pertenecen
tanto a la parte racional, capaz de apreciar lo universal, como a la parte
sensitiva lo particular"
¿De quién esperaban prudencia los
constituyentes de 1823-1824? ¿No eran ellos los primeros obligados a ser
prudentes? Ya se citaba a San Bernardo de Claraval, en el seno de un cónclave
medieval: "¿Que el primer candidato es santo? Pues bien, oret pro nobis, que diga algún
padrenuestro por nosotros, pobres pecadores. ¿Es docto el segundo? Nos
alegramos mucho, doceat nos,
que escriba cualquier libro de erudición. ¿Es prudente el tercero? Iste regat nos, que éste nos
gobierne y sea designado papa".
Puntualmente esto es lo que nos ha perdido;
quisimos aplicar a un niño el vestido hecho para un gigante. Los Estados-Unidos
eran un acervo de colonias de diferentes naciones que necesitaban de un punto
céntrico de unión, cuando nuestra inmensa república era homogénea y uniforme en
usos, costumbres, religión e idioma. Reunir lo dividido, es prudencia; más
dividir lo reunido, es necedad. La ley que para un pueblo es un antídoto, para
otro es un veneno. Se quiso federación, porque la tenían nuestros vecinos; se
obró por un principio funesto de imitación, así como Israel pidió reyes, porque
reyes tenían las demás naciones. Los funestos resultados que nos dió la experiencia,
hizo que se diese la Constitución de 1836; formose un voluminoso expediente para
hacerlo, y Jalisco, que fue el primero en pedir federación, lo fué después para
que se proscribiese. Deseábase establecer un equilibrio entre los Estados, y ya
vimos que éste faltó, y que Zacatecas sobresalió a esta preponderancia y la de
México... Cuando se otorgó a esta petición hecha por un pueblo niño é infante en la política, se temía por
momentos una expedición de España, porque el ejército del duque de Angulema
había restablecido el absolutismo de Fernando, y este monarca había emprendido
la reconquista, solicitando a Iturbide por medio del duque de San Carlos,
siendo el agente de esta maniobra D. José Torrente, como con impudencia lo
confiesa en la historia de la Revolución de las Américas. Iturbide se mantuvo
fiel, y no quiso prestarse a semejante pretensión.
El hilo conductor del proceso de maduración
política en Mier estaba íntimamente vinculado con el protagonista de sus
alegatos, que pasa de ser, en un primer momento, criollo -o europeo americano-
a ser propiamente americano, para de ahí pasar a referirse específicamente al
mexicano -o habitante de Anáhuac- y, finalmente, al ciudadano de los distintos
estados de la república -oaxaqueño, poblano, michoacano, etcétera
"Aquellos estados forman a la orilla del
mar una faja litoral, y cada uno tiene los puertos necesarios a su comercio;
entre nosotros sólo en algunas provincias hay algunos puertos o fondeaderos, y
la naturaleza misma, por decirlo así, nos ha centralizado". Mier se daba
perfecta cuenta de que la patria requería, para poder sostener su enclenque y
recién adquirida soberanía, de un gobierno central fuerte (esto, y no la
fortaleza de su monarquía, como se ha pretendido, era lo que el padre admiraba
en Inglaterra). Para obtener ese gobierno unitario, no duda en recurrir a
artificios verbales y hasta a falacias: la naturaleza no centraliza. En todo
caso, pudo habernos centralizado la poca atención que dimos a nuestros puertos.
Y no es requisito para confederarse, como lo muestra el caso de Suiza, el
formar "a la orilla del mar una franja litoral".
En 1823 nos considerábamos omnipotentes, éramos la primera
potencia militar del universo, el pueblo más rico, más ilustrado y con más
virtudes. Nuestro destino inmediato era la grandeza como no la había tenido
nación alguna. Prever hubiera sido degenerar, deshonrarse, abdicar de un
poderío indefinido. Pretender que en 1823 tuviésemos temor al poder de los
Estados Unidos y que empleásemos una hábil diplomacia para defender nuestro
honor y territorio, era como esperar que un archimillonario pasara la noche en vela
discurriendo cómo pagaría a su sastre y cómo daría de comer al día siguiente a
sus hijos. La megalomanía social en
su forma más perniciosa, la megalomanía
bélica, nos hizo un gran daño en 1823 impidiéndonos modificar algo ó mucho
nuestro lúgubre destino.
Si ya nos lo tiene demostrado la experiencia en
Venezuela, en Colombia. Deslumbrados como nuestras provincias con la federación
próspera de los Estados Unidos, la imitaron a la letra y se perdieron... Buenos
Aires siguió su ejemplo; y mientras estaba envuelto en el torbellino de su
alboroto interior, fruto de la federación, el rey de Brasil se apoderó
impunemente de la mayor y mejor parte de la república.
Ellos escarmentados, se han centralizado:
¿nosotros nos arrojaremos sin temor al piélago de sus desgracias y los
imitaremos en su error en vez de imitarlos en su arrepentimiento? Querer desde
el primer ensayo de la libertad remontar hasta la cima de la perfección social
es la locura de un niño que intentase hacerse hombre perfecto en un día.
"Yo no sé adular ni temo ofender, porque la culpa no es
nuestra sino de los españoles; pero es cierto que en las más de las provincias
apenas hay hombres aptos para enviar al congreso general; y quieren tenerlos
para congresos provinciales, poderes ejecutivos y judiciales, ayuntamientos,
etc." El padre Mier es tajante en sus argumentos antihispanistas. No
perdona a la península el haber roto el pacto social que, inspirado en Las
Casas, había asegurado la libertad de los habitantes del continente. No perdona
tampoco a las cortes gaditanas por haber falseado la representación y haber
dejado a las Américas sin la posibilidad efectiva de darse sus propias leyes.
No perdona, en suma, el haber condenado a los hispanoamericanos a la perpetua
incultura política:
Pero son tas graves los
perjuicios que se nos han seguido, y aun se nos pueden seguir en América y en
España de no saberse que teníamos una Constitución, aunque no dispuesta por
sesiones, como tampoco lo está la de Inglaterra, pero sí existente como la suya
en leyes fundamentales.
Los americanos sólo consintieron elegirse en
ese corto número bajo protesta de reclamar luego ante las Cortes los derechos
de su patria, como lo ejecutaron inmediatamente, exigiendo se declarasen las
Américas partes integrantes de la monarquía española y sus habitantes libres,
iguales en derechos a los españoles. Pero aun conseguida esta declaración... se
negaron los diputados europeos a igualar la representación en las Cortes
constituyentes... Esta negativa anuló las cortes de Cádiz respecto de las
Américas, aunque yo no niego que fueron muy legítimas respecto de la península